Mis cabreos con Lisboa

Lisboa es muy bonita. No hay otra manera de empezar a hablar de ella. Pero es bonita de manera diferente a como lo son Praga, Barcelona, Verona o tantas otras ciudades con las que rara vez te cabreas. Estos tres lugares podrían ser a las ciudades lo que modelos de portada a cualquier revista de moda. Son guapos y guapas, lo saben y lo explotan. La diferencia es que si a Lisboa le pidieran que saliera en portada, estaría despeinada y no sonreiría. Bonita, como no, pero uno no podría evitar eso que nos entra a todos de querer mejorar lo que ya nos gusta como es. Y le pediría que se dejara crecer el pelo y sonriera. Sólo eso. “Así estarías mejor”, diría. Y ella, si le diera por verbalizar y no simplemente meterse en su cuarto, te diría: “No me da la gana, soy así”. Pues así es Lisboa.

Lisboa podría ser más bonita, en un sentido más de postal. Podría peatonalizar más calles o adecentar sus aceras. Podría pintar sus fachadas. Podría gastar cortinas, instalar ascensores, mejorar su transporte público. Pero no lo hace. Porque todas esas cosas ya las hacen otras ciudades más necesitadas de belleza homogénea. Y porque supone un esfuerzo que no está dispuesta a hacer. Es guapa de verdad pero no se diluye entre esa otra masa de ciudades igualmente bellas que sí que se visten de manera favorecedora, y que parpadean dos veces cuando quieren que sepas que les interesa lo que les cuentas. Lisboa nunca lo haría. No está en su naturaleza. Ella simplemente te enseña sus cuestas y te promete un mirador al final de ellas. 
Y a veces, no cumple la promesa
 

El portugués mohíno

Se ha hablado bastante del carácter del portugués en los comentarios de la entrada anterior. Pero nadie ha nombrado la palabra Saudade. Lo mismo se ha hecho a conciencia, igual que en "El Padrino" nunca se dice la palabra "Mafia", pero igual la Saudade ya no es tan conocida. Aunque nada es (o fue) más portugués.  O eso dice mi padre.

"Saudade" ha atravesado fronteras, pero nunca la he oído aplicada a algo que no sea Portugal o sus habitantes. La RAE española la define como: Soledad, nostalgia, añoranza. Y leyéndolo así, diría que el que la definió tenía un día minimalista. Esas dos comas separando tres palabras deberían sustituirse por preposiciones. O conjunciones. Porque no deja de ser muy diferente a lo que dice otro escritor (portugués) de esta misma palabra: «bem que se padeçe y mal de que se gosta» (bien que se padece y mal que se disfruta).

La Saudade tiende a confundirse con la morriña gallega. Pero la morriña tiene algo de depresivo que en la saudade se torna en introspectivo, incluso en resignado. Como si un paciente estuviera curado pero supiera que nunca volverá al estado de ánimo previo a la depresión. Aunque en ambos casos (morriña y saudade) hay algo de masoquismo. De quejarse de una cosa y lo contrario. De estar siempre de paso.
Saudade define bien a esta sociedad. O al menos la sociedad de esta ciudad. Nostálgica de lo que ya tiene y puede tocar; solitaria (incluso en la multitud) y esencialmente resignada. Mohína, diría. 
Lo que no he descubierto son los motivos.

Falsos amigos

El español medio que lampa por Lisboa es un prepotente idiomático. Rara vez se preocupa demasiado por hablar bien portugués, para qué nos vamos a engañar. Puede que se preocupe por entenderlo, pero hablarlo es algo que parece que tiene que preocupar más a los portugueses. "Saramago hablaba muy mal español y se pasó media vida en Lanzarote, pues lo mismo yo con el portugués. Además, ellos me entiende si hablo despacio".


Así que, ya que mucha gente se limita a hablar en castellano, habrá que conocer las palabras que en portugués no significan lo que en castellano. Si nos preguntan qué tal está un vino, es mejor no decir "Bodega exquisita". Ahí van unas pocas. En cursiva en portugués, sin ella lo que significan en castellano:

Bazofia: Vanidad
Bodega: Porquería
Espantoso: Maravilloso
Exquisito: Raro
Polvo: Pulpo
Trampa: Excremento

Y aquí va un listado más exhaustivo.

Amores imposibles I: Sobre el Tajo

De arriba a abajo, puente Vasco de Gama y espigón junto al acuario. Aquí este viernes es fiesta.




Portugal somos nós

El viernes estuve en la concentración que había frente al palacio presidencial. El gobierno estaba reunido para proponer nuevos recortes. La gente intentaba pararlos.
Mi estancia aquí está coincidiendo con un cierto despertar portugués. Tres años después de que Europa "los rescatara", están saliendo a la calle. El sentir es que "el rescate" consistió en lanzarles un flotador de plomo. La novedad es que hasta hace poco parecían resignados a su destino.
Comparadas con las españolas, en esta concentración se insultaba menos y se cantaba más (himno portugués incluido). Había poca gente, aunque con menos latas de cerveza en la mano (aquí no hay casi chinos, por cierto). La frase más leída era "Catas.troika". Y lo más coreado "O Pueblo unido jamais...".
De lo que ví, me quedo con lo que dejo aquí abajo. Los reporteros de los diferentes medios de comunicación estaban retransmitiendo desde allí en directo. Y la chica de la foto estaba empeñada en que su cartel saliera en plano. Pero ni el cámara ni el locutor estaban por la labor. No habían ido allí para que el fondo humano quedara tapado por un cartel negro. La chica se dio cuenta y sin conflicto alguno, se movió. En vez de quedar frente a la cámara, se puso junto a ella, mirando al reportero. Sonriendo con toda la cara. Como si esperara que en algún momento éste leyera lo que ponía en el cartel.

La reunión acabó y el primer ministro portugués dio marcha atrás en algunas de las medidas que iba a tomar. Lo mismo el locutor, por una vez, leyó el guión que debía.

Lo que sostiene (a) Pereira

García Márquez dijo que escribir un libro consistía en escribir la primera página y luego las doscientas que venían detrás. Que lo duro era la primera página, en la que se da el tono. Lo demás es dejarse llevar.
"Sostiene Pereira", no requiere de una primera página. Le basta con el título. Está escrito por un narrador que nos traslada aquellas cosas que Pereira, el protagonista, sostiene sobre una historia que le sucedió en  Lisboa, en 1938. Nos cuente lo que nos cuente (1), lo sostiene Pereira. Y así, sin recurrir a la primera persona, sostiene que te sostiene, uno se siente muy cerca a un personaje que claramente cuenta solo aquello que quiere contar (2). Porque se lo cuenta a alguien que no es el lector. Lo escribió el italiano Tabucchi. Pero creo que sus años viviendo en Lisboa le hicieron escoger esta afortunadísima fórmula para que Pereira (periodista portugués) nos llegara oliendo a Fado y Saudade: Educadísimo, reservadísimo, distanciadísimo y melancólico (3) hasta las trancas.

A pesar de que este libro tuvo una buena adaptación al cine con Marcello Mastroianni interpretando a Pereira, este actor (que me encanta) no se ha apoderado de la cara del personaje del libro. Veo a muchos Pereiras por Lisboa. Sentados en el tren, tomando café o escondidos en la esquina de una foto. Viejitos, pero no demasiado, gordos, pero no demasiado, viudos, pero no demasiado. Y me los imagino sosteniendo opiniones en silencio a punto de entrar en acción. Simplemente por estar en Lisboa.




(1) Inicio: "Sostiene Pereira que le conoció un día de verano". 
(2) "Pereira prefiere no decir cómo continuaba porque su sueño no tiene nada que ver con esta historia, sostiene".
(3): "Y aunque pensó en todo aquello no se sintió tranquilo. Sintió en cambio una gran nostalgia, no sabría decir de qué, pero era una gran nostalgia de una vida pasada y una vida futura, sostiene Pereira" 

Lo mejor que le puede pasar a una puerta

Lo mejor que le puede pasar a una puerta es tener un número sobre ella. Al menos a las que miran a la  acera. Las que son de interior, juegan en otra liga. En la de las puertas de los hoteles, apartamentos y celdas de cárceles y conventos. O en la tercera división de "señoras", "caballeros", "sólo empleados", empuje (emburre) o tire (puxe).
Las que dan al exterior se legitiman si forman parte de la numeración de una calle. Si pueden corresponderse exactamente con lo que pone en la dirección de una carta. Si, gracias a los números, las confundimos y las llamamos como si fueran lo que hay dentro. Como se confunde el mapa con el territorio o el queso de cabrales con todo aquello a lo que acompaña.

Cuando fui a ver la casa en la que ahora vivo, una vez encontrada la calle vi que picaba en cuesta. Junto al rótulo con el nombre de la rua vi el portal número 2. Y decidí que yo aquella cuesta no me la subía todos los días. La decisión era firme, pero había quedado con la que ahora es mi casera. Comencé a andar hacia el número 66, número de mi casa. Cien pasos después, estaba parado (y desconcertado) delante del 60 (foto).

Aquí no sólo se numera todo lo que se pueda numerar y lo que no, sino que se construye como se ponían las casas verdes sobre el tablero del Monopoly. Aquí azulejadas o a desconchón limpio. Pero el número siempre dentro de un azulejo.

Ahora que alguien me diga en qué otra ciudad la puerta con el número 60 podría ser más feliz.

Ser, estar, ficar

A mí me da alegría que en castellano tengamos los verbos ser y estar. Los ingleses no pueden entender demasiado esta tonta alegría. Pero los portugueses, un paso por delante, tienen un verbo que supone un paso más allá de estos dos. Tienen el verbo ficar. Un verbo que puede sustituirse por quedarse, permanecer, continuar, seguir, estar, ser o muchos otros, depende el contexto, pero que en realidad, es muy difícil de definir. Según me dijo un portugués, más allá de sus usos contextuales, es un verbo que implica una situación menos permanente que "estar". Como si el podio de lo que nos queda fuera: oro ser, plata estar y bronce ficar.

Como español, al menos al principio, se usa poco. Tenemos nuestro ser y nuestro estar y las formas de decirlo en portugués tampoco andan demasiado lejos (sou, és, é, tomos, sois, sâo; estou, estas, esta, estamos, estais, estâo). Pero los que tienen el inglés como lengua materna, aquellos para los que ser tonto y estarlo son conceptos parecidos, usan ficar (1) para absolutamente todo. Y lo traducen al inglés usando el "to be", y fin del problema. Lo cual es una pena. Pasan de un verbo con la versatilidad de un huevo en la nevera a otro mucho más abierto y menos preciso.

Así que no sólo el portugués diferencia al que es tonto del que lo está, sino que en este último caso diferencia entre el que lo está y lo fica. El que anda en proceso de estar, sin haberlo estado. O el que habiéndolo estado mantiene el rescoldo de cómo estuvo. Mientras, el inglés que aprende portugués, decide que el castellano puede esperar.

Que Fique Tudo Bem.

1: Se conjuga como el "mirar" español (fico, ficas, fica...)

Amores imposibles (y II)



Cuatro sombras, tres personas, dos perros y un sofá. Los escombros y el Mercedes los obviamos.

Las invasiones bárbaras

Ya dije en una de las primeras entradas que el español que anda por Lisboa es un prepotente idiomático. Repito la frase, pero quito lo de "idiomático". El idioma no es más que el síntoma, la soberbia es la enfermedad.

Este pasado fin de semana, coincidiendo con el puente del 12 de octubre en España, esto estaba lleno de grupos de españoles. Y, sinceramente, me duele ver lo maleducados que son con los portugueses. He viajado lo suficiente como para hacerme una idea de cómo es el español que va por el mundo y aquí no es como en otros lados. Siempre somos ruidosos y gritones, pero lo de mirar por encima del hombro sólo lo he visto aquí y, algo menos, en Latinoamérica.

Podrá decirse que el español que viene aquí puede que tenga un perfil diferente al que te encuentras en Londres. Y es cierto. Pero más allá de los motivos, esta es la principal consecuencia: Aquí, a los españoles, no nos pueden ver. Pero bastante de su turismo depende de nosotros. Así que disimulan. Como hacen con los alemanes en la Costa del Sol o con los madrileños en Sierra Nevada. Generalizo, pero no mucho.

Motivos. Para mí hay cuatro. Uno, el PIB. Así de macroeconómico me pongo. Dos, que hablamos en español con ellos, ni rastro de la inseguridad que nos entra en cuanto tenemos que hablar en inglés. Y dejamos a ellos el papel de comprendernos. Tres, que se paga menos aquí que en otros sitios de Europa. Y cuanto más baratas son las cosas, menos las apreciamos. Esto es microeconomía de barra de bar, pero me vale igual. Y cuatro, no conocemos Portugal, sus noticias no aparecen en nuestros telediarios, su historia es ninguneada en nuestros libros de texto y, en consecuencia, el portugués no nos resulta cercano. [Mourinho, Cristiano y Pepe no han ayudado mucho en este sentido. Pero eso es otra historia].

Las amables visitas

Hablo también de españoles. De los que no se hacen notar por aquí más que por lo bueno, y de una persona jurídida española.

Mi casera, tras verme con una bolsa de "El Corte Inglés" me dijo que era el mejor mercado de aquí. Y yo, desde antes de que un amigo trabajara en el de España, también lo pienso. Otra cosa es que ahora, por lo del amigo, compre allí más que nunca. Y si encima tiene cines, qué voy a decir.

Varios de los portugueses que trabajan conmigo me han hecho referencia a la encuesta que se divulgó en la prensa hace unos años: Creen que les iría mejor si pertenecieran a España. Y mira que lo de la encuesta me lo tomé poco en serio. Pero ellos, poco nacionalistas para lo malo, piensan que lo mismo estaría bien. En 2009 el 40%. En 2010 el 46%. Y el 50% apoyarían que se enseñara español de forma obligatoria en sus escuelas.

A España, lo mismo que nosotros a Portugal a por toallas, aquí dicen que se iba a por caramelos. Y "El Corte Inglés" junto a los sempiternos perfumes, te recibe en su primera planta con una estantería de ellos. Caramelos junto a Chanel. Que venga Brad Pitt y se los coma. No podemos ser mal sitio: mi padre sigue cogiendo al vuelo caramelos de la cabalgata de reyes (que luego yo me como).

Ningún propietario me puso pegas por mi nacionalidad para alquilarme su casa, más bien lo contrario. Y la propietaria de una tienda de cuadernos azules famosos por ser mencionados en una novela de Paul Auster  me dijo el otro día que vende muchos gracias a los españoles. Sospecho que algo tenía que ver el español que me habló de la tienda, le dijo a la dueña lo de la novela (ella no lo sabía), me regaló uno en su primer viaje y compró tres en el último.

Y, para cerrar el círculo de la última entrada, a Cristiano Ronaldo aquí se le quiere. No deja de ser un estupendo jugador de fútbol. Mourinho les hace menos gracia. O ninguna. Eso sí, decir aquí que eres del atleti te garantiza una buena charla con los portugueses futboleros. Tenemos un amor común: Paolo Futre.

Que si nos entienden en español no es nuestra culpa, tenéis razón: es nuestro paraíso turístico junto a Latinoamérica. Brasil incluido. Y tal y como está la situación, venir para acá es lo mejor que uno puede hacer con su dinero: Dejárselo educadamente, como si fuera sal, al vecino. 

La de aquella que empezó cantando fado y acabo ladrando (o el pavo real albino).


En un desaforado intento por aportuguesarme, semanas atrás asisto a un concierto de Fado en un parque. Es a las 18.30. Una cantante está flanqueada por un contrabajista y un acordeonista. Vamos mal. Sólo falta la Tuba.
Entre el escenario y las sillas para los espectadores hay un montón de críos jugando sobre una alfombra rosa. Han querido integrar lo del parque y el concierto, pero no funciona. Los niños pasan del concierto.

La fadista canta bien los dos primeros temas, pero parece no estar conforme con que su audiencia infantil la ignore y cada vez esté más revolucionado. Así que aprovechando que la tercera canción se llama caõ (perro), a mitad de la misma comienza a ladrar mientras el contrabajo disgrega. Y como ve que los niños ahora sí que atienden, se tira 5 minutos ladrando. A ratos como los perros que te pegan un susto desde detrás de las verjas. Otras veces como los que suplican que les saques de paseo. Por momentos, como si estuviera en celo. Y, eventualmente, como si le hubieran pisado la cola. Me largo a ver el jardín. Hay un pavo real albino.  Lo persigo mientras lo que oigo se asemeja al sonido de las noches de insomnio en las que los perros de los vecinos quieren fiesta. Grabo al pavo. Pero no soy capaz de poner aquí mi "pavo-secuencia", así que lo dejamos en la foto. Que no es buena, pero lo muestra en pleno autismo en mitad del parque a la hora en la que pican los mosquitos.

La luz y el mar que se cree río

La luz de Lisboa me encanta, sobre todo a través de cristales oscuros. Nunca antes había tenido esta necesidad de maldecir si descubro que (otra vez) me he dejado las gafas de sol en casa. Las explicaciones para este exceso de luz lisboeta van desde mi propio envejecimiento e intolerancia al sol, al constante viento, pasando por la escasa altura de los edificios y al efecto global del reflejo de ese río (que es mar).
Porque no es río. Lo he probado y está salado. He preguntado a los pescadores y no hay carpas (sereias tampouco, me hubiera encantado que me dijeran). Y los ferries tardan 5 minutos en cruzar de un lado al otro. Y por las noches, metido en la cama, a veces escucho el bufido de transatlánticos. Por los ríos van barcas, lanchas y las cosas esas con ruedas gigantes que recorren el Mississippi. Y este Tajo no se parece en nada al que rodea Toledo. Ese es verde. Este azul. Una veces pixelado (dijo un amigo), otras aturquesado (dicen los que lo diferencian), otras oscuro de ansiedad por no encontrar playas con las que chocar.

Trabajo al lado del río (mar). Y lo veo desde mi mesa. Bueno, por la ventana de mi despacho se ve otra ventana que deja ver otro despacho por cuya ventana se ve el río. Vamos, que cuando veo agua es a través de tres ventanas y una puerta abierta. Pero se ve. Y, claro, como no es plan de asaltar despachos ajenos, a veces salgo a la calle a verlo de cerca. Y en cuanto piso la calle queriendo ver el mar me sorprendo de la luz. Cada día es diferente, pero siempre es preciosa y excesiva si no llevas gafas de sol. Las explicaciones para su belleza se las dejo a los esquimales, que seguro que tienen palabras para ello. Pero desde ya pienso lo mucho que la voy a echar de menos. Como a la luna de Lisboa el amigo Daniel. Nostalgia antes de irme de aquí. Lo mismo es que todo se contagia.

Alfama, Albaizín lisboeta

No voy a mirar cual de los dos barrios es más viejo, pero ví antes al Albaizín granaíno que la Alfama lisboeta. Y cambiando (no es mucho cambiar aunque lo parezca) Flamenco por Fado, Mala follá por Saudade, Castelo por Alhambra (que no está en el Albaizín, pero como si lo estuviera), tranvías por autobusitos, granaíno retrancoso por portugués quedo, blanco níveo por azulejado y tapas por petiscos, pasarías de Granada a Lisboa sin pestañear. Sin necesidad de modificar el dolor de gemelos, la anchura de las calles, los callejones (Becos) sin salida, las escaleras torcidas, las fuentes, el aspecto de los turistas, las mujeres que con una ramita entre sus dedos que te ofrecen leerte la mano y la proliferación de brazos en jarra al final de las cuestas.

Adoro ambos barrios. Y creo que, contradictoriamente, no los conoces hasta que te pierdes por ellos. Una pena que estén más descuidados de lo que merecen. No son nada cómodos para familias y subsisten a base de población envejecida, turistas y jóvenes de paso.

Pero si algo me ha hecho escribir esto es una "conversación" escuchada ayer en medio de una rampa de la Alfama. Una portuguesa de más de 70 años me adelantó por la derecha mientras saludaba con una especie de gruñido a otra portuguesa. Esta segunda, sentada delante de su casa, contestó con otro gruñido que podría haber sido el eco del primero. Eso pasó. Pero me reí solo pensando que habían repetido en portugués otra "conversación" que escuché junto a unos amigos hace 6 ó 7 años en calle Larga, en el Albaizín. Dos hombres se cruzaron y saludaron en cuatro palabras sin pararse ni cambiar la cadencia de sus andares:

- Pepeeeee...
- ...Oooole tu polla.

Pastèis de Belem


Lisboa no es una de esas ciudades que medio mundo podría identificar por uno de sus monumentos. No le pasa lo que a París con la torre Eiffel o a Atenas con su Acrópolis. A cambio, Lisboa sí que tiene un alimento que HAY que comer si se pasa por aquí: Los pasteles de nata. Y tienen que ser los de la pastelería que los creó, que está en Belem, bonito barrio (freguesía) a las afueras de Lisboa.
No hay guía de viajes deje fuera la degustación de estos dulces. Y como buen "ítem" turístico, estos pasteles han sido rodeados de la usual parafernalia: La receta parte de la de los monjes del vecino monasterio de los Jerónimos, sólo la tienen cuatro personas (eso me suena), el sitio se niega a franquiciarse a pesar del éxito, lleva abierto casi 200 años...

Calle de la pastelería en día de niebla
(los pasteles son poco fotogénicos)
Así pues, cada vez que paso por la puerta de esta pastelería, veo una larga cola de gente (con mucha gorra y pantalones cortos) a la espera de tachar de la lista "cosas que hacer en Lisboa" los célebres pasteles. Cuestan más de un euro y se comen de dos bocados. Pero la gente los compra mucho (vivo al lado).

Lo que diferencia a estos pasteles de la Sirenita de Copenague, del niño meón de Bruselas o del toro de Wall Street es que verdaderamente merece la pena darse el paseo para comerlos. Aunque sean llamados "de nata", a mi me saben también un poco a crema, tienen la parte superior algo churruscada y los bordes hojaldrados. Los venden calentitos. Jamás he podido comerme solo uno. Al principio no me parecieron para tanto, pero como con la cerveza o Blade Runner, todo fue cuestión de insistir.

Lo que desconcierta es que aprovechando que esta pastelería funciona como un tiro, justo enfrente han abierto un McDonalds. Y sí, las colas de uno y otro sitio se parecen mucho. 

La regla de oro de la pronunciación portuguesa

La regla de oro para pronunciar portugués como Pessoa (sobrio). Desde un lugar en el que te sientes como en casa. Con consejo gramatical incluido.


La cuenta Javier Pastor, que para eso es suya. Detrás de la cámara (de su móvil) Ignacio López. Muchas gracias a los dos y a sus compañías teatrales El Club de la Impro e ImproMadrid. Por el favor y por los buenos ratos. No hay nada mejor que verlos actuar en directo para levantarse de un día triste.

Al portugués por el cultismo

Una de las cosas que forman parte de toda primera conversación de español en Lisboa es que el portugués es una especie de castellano antiguo. Me consta que a los portugueses no les hace mucha gracia oír esto. Pero es cierto que este idioma, en su uso diario, anda más cerca del latín que el castellano. A la pregunta de a qué se debe, de lo leído, la única cosa que me convence es la mayor exposición de España a otras lenguas: es el castellano el que se alejó del latín y no el portugués el que se obcecó en quedarse en él.

En cualquier caso, casi cada palabra en castellano tiene su cultismo. Que nos hemos contaminado pero el latín queda igual. Pues bien, cuando queramos hablar en este portugués de bolsillo, usando cultismos es muy posible que acertemos. Unas veces porque damos en la diana: Lo que en castellano es (me limito a verbos) Cambiar, Ocurrir, Aumentar, Coger, Soltar, Suceder, Buscar o Marcharse, en portugués es Trocar, Acontecer, Acrescentar, Agir, Largar, Aquecer, Pesquisar y Partir, respectivamente. Otras porque simplemente sus cultismos son muy similares a los nuestros (Observar, perceber, apreciar, estimar, calcular, ingerir, deglutir, amarrar y mil más).

Así que los cultismos serían lo contrario a los falsos amigos de los que ya hablamos. Y empleándolos puede que resultemos un poco cargantes, bastante redichos y emanemos fragrância a naftalina, pero nos vamos a entender. O eso creo yo que me pasa con mi casera.

Pequeños detalles con importancia

Lo mismo es un problema mío, pero por detalle entiendo aquello que se da y que si no se hubiera dado nadie podría reprocharlo. Ahí van los siete, como sus colinas, con los que me quedo de Lisboa:

El conductor que te espera: Todos los días he cogido el tren para ir a trabajar. No pasa con mucha frecuencia. Siempre que el conductor me ha visto corriendo por las escaleras metálicas que dan acceso al andén me ha esperado. Y, o son clones, o los conductores cambian. 

El hablar quedo: Lo dijo Juancha en un comentario y lo refrendo. El hablar de esta gente engancha. Hasta cuando, como yo, no les entiendes. Bajito, en comparación con España, se habla en cualquier lado, pero aquí además es sosegado, dulce y suavón. De ahí que se permitan mesas corridas en los restaurantes y que su música siempre esté al volumen justo.

La ausencia de publicidad y neones en las calles. He tardado en darme cuenta de esto. Algo hay, pero no abruma ni molesta. Y creo que esto, junto a sus aceras son los ingredientes secretos de la imagen ensoñadora con la que se asocia a Lisboa. Está como estaba.

Su metro. Espacioso y  nada claustrofóbico. Y los vestíbulos los usan con frecuencia para mostrar música o danza de gente no profesional. Hoy estaban de villancicos (sic), pero hace unos días vi una muestra de sevillanas que me dio ternura.  

Su cine en pantalla grande subtitulado. Acostumbrado a las salas de estar XL en las que veo películas en V.Original en Madrid, ir aquí al cine normal (grande) y encontrarte con que los estrenos son en su idioma está muy bien. Y suelen poner ABBA antes de la película. Lo cual te mete en un tono curioso. Aunque luego venga el gran dramón.

Casi inexistencia de palabrotas (no podían llamar de otra forma a los tacos). Intenté hacer una entrada de los tacos del portugués y desistí en el intento. Más de un caramba es difícil sacárselo. Son educadísimos. Salvo cuando imitan a españoles y no paran de decir jodé. 

El policía que te cuida. Lo voy a llamar Joao. Dirige el tráfico del cruce de mi calle con otra más ancha y con tranvía. Lo hace usando las dos manos, la cabeza, las cejas y hasta los párpados. Como Bernstein la orquesta. Un día crucé el paso de cebra sin esperar su señal y me regañó. Desde entonces aguardo entretenido su gesto para hacerlo. Juro que un día fue un guiño de ojo.

Humedad, de tenerte a mi lado

La humedad lisboeta me trae por la rua de la amargura. Lo de llamar a este blog "Lluvia muda de Lisboa" iba por un verso que encontré de Pessoa, pero empiezo a pensar que con lluvia muda se refería a humedad. Tiene toda la pinta, valoradlo vosotros: 

Llueve en silencio, que esta lluvia es muda
y no hace ruido sino con sosiego.

Humedad, está claro. Los poetas son así. Pudiendo decirlo corto, lo dicen largo. Y que haya que adivinarlo. Humedad. Ni la ves ni la oyes. Pero ahí está. Expandiendo tu pelo.

Mira que he pasado largas épocas en sitios de mar, pero lo de aquí es un cachondeo. Cuento los días por el estado de humedad de mis pantalones. Los lunes, si los escurro, saco agua. Los viernes, tras trasiego de tendedero interior a exterior y frecuentes consultas meteorológicas, con suerte están secos. Sin suerte, al batallón de ropa mojada se unen nuevos miembros por donde pueden. Entendedme, la ropa húmeda huele mal.
Hablé con mi casera y me dijo que las secadoras rompían la ropa. Ya. Y la sidra sabe mal si la sacas de Asturias, pensé. No dije nada, pero la observo. Vive en el piso de debajo del mío. Veo desde mi casa cómo  tiende. Con desprecio y sin demasiadas pinzas. Y deja la ropa pocos días. Querría comentarle que Lisboa vive un poco de que sus vecinos dejen la ropa al sol. Que si Sabina hubiera hecho la canción del pirata cojo más larga hubiera incluido entre legionario en Melilla y pintor en Monparnasse tendedero en Lisboa. Que nunca soy más de Lisboa que cuando tiendo la ropa. Sería inútil.  Sospecho que tiene secadora. Y que no la comparte. Lo de tender es fachada. Yo ya se la pediría prestada a cambio de ser menos lisboeta. Ser un español junto a una secadora. Pero ella diría que no tiene. Y siento exactamente lo que Pessoa escribió continuando con lo anterior:

El cielo duerme. Cuando el alma es viuda
de algo que ignora, el sentimiento es ciego.

¿Es o no?

Barrio Alto


Siempre cuento que bajo una pintada en la que ponía: “Con Franco se vivía mejor”, alguien escribió “Con Franco éramos más jóvenes”(1)
Mis primeros años de juventud salí muchas noches por Malasaña. Eran finales de los 90. Hablo de Madrid, pero esto es aplicable a toda España. La movida ya había sido puesta en su lugar. La heroína no estaba, el éxtasis no iba con la mayoría de la gente y la cocaína estaba en barbecho antes de su actual florecimiento generacional. Eran los años del botellón. Miles de sociólogos intentaron explicarlo, pero pretendían rellenar libros con lo que cabía en un post-it: Nos gustaba el botellón, esencialmente (2), porque beber nos salía más barato. Y beber, siempre se ha bebido.

Después llegó la ley antibotellón, una generación con más dinero en los bolsillos y una serie de políticas municipales que básicamente pretendían sacar a la gente de las calles. No lo han conseguido, pero nunca más he visto las grandes masas de gente que se reunían en ciertas plazas. Ahora el botellón, como la guerra de Irak, es cosa de guerrillas.

Pues bien (he aquí mi post-it), quién quiera viajar al pasado, que se venga al lisboeta Barrio Alto. Tengo claro que me gusta en sí mismo, sus bares, sus precios, sus bebidas, la tendencia a estar a la vez dentro y fuera de ellos para hablar con cualquiera, su música en directo todos los días de la semana, su pavimentado, la actitud "vive y deja vivir" de la policía que por allí abunda y la acumulación de gente en la calle conforme avanza la noche. Por gustarme, me gusta hasta su orografía: llegas a Barrio Alto tras subir unas cuantas cuestas. Y conforme avanza la noche, te dejas caer. Los que más aguantan acaban en los bares cercanos al río tras descender, cerveza a cerveza, morangoska a morangoska, lo que se ascendió a primera hora de la noche. Me gusta con mi edad y me gustó anteayer. Tanto que creo que es lo mejor de Lisboa. Pero no me olvido que me recuerda a cuando salir de noche hacía más ilusión. A cuando eramos más jóvenes.

(1): esta "pintada" estaba en Llanes (Asturias) y es mi padre el que frecuentemente recurre a ella cuando a alguien se le llena la boca de "cualquier tiempo pasado fue mejor".
(2): pasados los años me doy cuenta que lo que de verdad me gustaba es que de botellón se hablaba. 

La ventana y la obra


Portugal, tan cerca y tan lejos. Ya está. Ya lo he dicho.
Hablemos del tan cerca.

Dos personajes clásicos españoles (ibéricos pues, más que españoles por tanto) pueden verse por aquí. Con sus mayorías de género y todo. Las ancianas que fisgonean tras sus ventanas y los ancianos que supervisan las obras. Cotilleo micro y cotilleo macro. 
Nada que aportar a lo que de estos personajes podría decirse en España. Ellas patrullan el trozo de acera que les queda a la vista tras el visillo, ellos maldicen al inútil que planificó tal o cual obra. 

Hay dos a los que tengo controlados. Ella es mi vecina del bajo. Yo estoy en una buhardilla para Hobbits con vistas al río. Ella vive entre ángulos rectos, pero sin demasiada luz. Y claro, con que me pare un segundo más de lo necesario en el portal, ella se desvela tras sus cortinas y me pone caras. Ya me conoce, pero me sigue mirando con sospecha. Mi entrada en la casa sospecho que es la cumbre diaria de su vigilia.

En cuando a él, ni me ha mirado. Me siento Romeo en el primer acto. Yo, muchos días, almuerzo mirando el río que tengo frente al trabajo. Pero él solo tiene ojos para las máquinas. Observa las obras de ampliación del paseo fluvial con un cariño que ningún arquitecto podría permitirse. No habla con nadie aunque está rodeado de iguales. El suyo es un placer solitario. Lleva una gorra marrón, camina con los pies para dentro y lleva la funda de las gafas prendida del cinturón. Y, en fin, tiene el mismo móvil que yo.
Hora punta junto a las obras. Hoy.
Trato de cerrar una historia. A los dos los veo mucho y creo que están bastante solos. Ya podría el uno vigilar la triste reparación de mi portero automático. O la otra venirse conmigo a trabajar. Desde mi ventana se sentiría Grace Kelly. Y vería pasar a este señor a diario.

El cabo Espichel

En concreto su faro. Poco antes y poco después del último atardecer predicho por los mayas. De lejos y de cerca.




Justo ahora (fin)

Justo ahora. Justo cuando comienzo a entenderme con mi casera (o ella ya no se ríe de mí). Justo cuando me he acostumbrado al vaho que sale de mi boca en mi cuarto de baño. Cuando estoy cerca de preferir una feijoada a una fabada. Cuando no me cabreo cada vez que el tren no viene porque hay huelga. Cuando el revisor no me pide el billete porque sabe que tengo bono.
Justo cuando ya se en qué bar ver perder partidos al atleti de incógnito. Cuando hay amigos que me han dicho que ya mismo vienen a verme. Cuando estoy a punto de parir un chiste a costa de la composición de la sala en la que trabajo (una irlandesa, una alemana, una maltesa y yo). Cuando los días van a empezar en breve a ser más largos. Cuando estoy cercano a que me canten cumpleaños feliz en portugués (Parabéns a Você). Cuando ya me he leído poema y medio de Pessoa y voy pillando ritmo.
Justo cuando podría escribir un blog entero de Malta sin haber estado. Cuando de las supuestas mil maneras de preparar el bacalao ya he probado siete. Cuando ya no me da taquicardia el exquisito café que aquí toman. Cuando decido usar el primer comentario de las entradas (ver) en vez de tanto pie de página. Cuando no me enfado porque hay tan pocos manifestantes que siempre parece que la que se manifiesta es la policía. Cuando he dejado de buscar bigotes. Cuando la saudade se está apoderando de mi.
Cuando podría hablar del sol, del sonido y del invierno de Lisboa.


Justo ahora, maldita sea, que me pongo verdadera y extraordinariamente triste en la vocal acentuada al hablar en portugués.
Justo ahora, justo, me vuelvo a España.